Y le fue dado un rollo del profeta Isaías, y tras abrir el rollo, encontró el lugar donde había sido escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí... (Lucas 4,17-18a traducido del texto griego Nestlé-Aland). BLOG DEDICADO AL ESTUDIO Y A LA INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Reflexión dogmática sobre Juan 20,19-31 (II Domingo de Pascua) considerando algunos elementos de la fe


19 Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». 20 Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. 21 Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» 22 Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. 23 Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». 24 Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. 25 Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré». 26 Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». 27 Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe». 28 Tomas respondió: «¡Señor mío y Dios mío!. 29 Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!». 30 Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. 31 Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.


1) Objeto formal de la fe.
 
En el texto (vv.19-23), los discípulos creen ante la primera aparición de Jesús a ellos luego de las palabras del Señor: "la paz con vosotros" y que Él les muestre sus llagas. Entonces pasan del miedo a la alegría y Jesús nuevamente les da el saludo del "shalom alejem"[1]. La imagen concluye con el envío y el soplo del Espíritu Santo a quienes han creído a Dios como testigo de su propia revelación. ¿Por qué? porque Jesús es el testigo que ha manifestado la presencia de Dios en medio de Israel, la presencia histórica de Dios se actualiza y plenifica en el encuentro entre el "nuevo Israel", la Iglesia de los discípulos de Cristo, y el Mesías prometido a Israel que ha vencido a los poderes imperiales de la muerte y se ha presentado en medio de los suyos. Como dice santo Tomás de Aquino: "Si consideramos la razón formal del objeto, ésta no es otra que la verdad primera, ya que la fe de que tratamos no presta asentimiento a verdad alguna sino porque ha sido revelada por Dios, y por eso se apoya en la verdad divina como su medio."[2] No hay en el texto bíblico una revelación por medio un signo sensible (p.e. tocar) sino por medio de una visión cristofánica[3]  y unas palabras que son recibidas como la Palabra de Dios expresada por medio de Jesucristo que son creídas por aquello por lo cual creemos: la luz reveladora de Cristo.
 
Este desarrollo está en continuidad con el razonamiento en que en esta primera parte podemos identificar tanto la "fides qua", es decir, el acto con el cual el creyente, bajo la acción de la gracia divina, confía en Dios que se revela y asiente  el contenido de la revelación como verdadero; como la "fides quae", es decir, el contenido de la  fe que es asumido por el creyente, las diversas verdades de fe que son acogidas o creídas como una sola cosa, en un solo acto: Los discípulos pasaron del miedo a la alegría y recibieron una gran misión que también es creída, queda claro en el v. 24: "hemos visto al Señor". Podemos decirlo así: en el texto conviven la fe hacia Dios, la fe a Dios como testigo de su propia revelación en Cristo y la fe en lo que Dios propone como contenido.
 
2) Objeto material de la fe
 
En el texto (vv. 24-31), Tomás no estaba presente en la primera aparición y ante el relato de sus compañeros condiciona su fe a "ver y tocar" pero ¿condiciona toda su fe? porque podemos deducir que Tomás creía en YHWH y se consideraba parte del pueblo de Israel[4], pero la tensión propuesta por el texto joánico identifica dramáticamente la fe hacia Cristo resucitado con la fe hacia Dios (v.27: "no seas incrédulo sino creyente", y todavía más la conclusión de vv. 30-31). Es decir, creer que Jesucristo resucitó de entre los muertos es el centro ineludible de la fe cristiana.  Sin embargo, podemos entender que Tomás necesita asumir el objeto formal de la fe iluminado por la luz reveladora de Cristo conocido en su materialidad (v.25), citando al doctor de la Iglesia: "todo hábito cognoscitivo tiene doble objeto: lo conocido en su materialidad, que es su objeto material, y aquello por lo que es conocido o razón formal"[5]. Tomás reclama un conocimiento que podemos llamar más "completo" o más "creíble", que incluya su propia experiencia y todavía más que la experiencia de los discípulos relatores en el texto: tocar las llagas. Como piensa el Aquinate:
 
"Si consideramos en su materialidad las cosas a las que presta asentimiento la fe, su objeto no es solamente Dios, sino otras muchas cosas; y estas cosas no caen bajo el asentimiento de fe sino en cuanto tienen alguna relación con Dios, es decir, en cuanto que son efectos de la divinidad que ayudan al hombre a encaminarse hacia la fruición divina. Por eso, incluso bajo este aspecto, el objeto de la fe es, en cierto modo, la verdad primera, en el sentido de que nada cae bajo la fe sino por la relación que tiene con Dios, del mismo modo que la salud es el objeto de la medicina, ya que la función de ésta se encuentra en relación con aquélla."[6]
 
Por tanto, si la resurrección de Jesucristo de entre los muertos es lo central e ineludible de la fe cristiana, como hemos visto antes, entonces las llagas de Cristo percibidas por la visión y el reclamo de sensibilidad de Tomás, en el texto, son cosas que identificarían al "Aparecido" con Jesús, cosas que tienen relación directa con el objeto de la fe: Jesucristo, mostrando en sí mismo al Dios de Israel. Esta experiencia más "completa" o más "creíble" reclamada por el cognoscente Tomás es ofrecida por Jesús en el texto junto a una exhortación (v.27) a no ser incrédulo sino creyente, y así el cognoscente cree identificando plenamente el objeto de la fe, pudiendo asentir la "fides qua" y la "fides quae". Ahora, en Tomás, conviven la fe hacia Dios, la fe a Dios como testigo de su propia revelación en Cristo y la fe en lo que Dios propone como contenido. Aunque Tomás no llega a tocar las llagas "joánicas" de Jesús[7] en el texto, pero es desafiado a hacerlo por Jesús[8].  
 
Esta misma experiencia más "completa" o más "creíble" reclamada por Tomás[9] la tenemos disponible en la Liturgia Eucarística cuando identificamos la hostia sacramentada (signo sensible) con Jesucristo aunque su plena presencia y completo conocimiento sólo se hagan disponible a nosotros en el fin de los tiempos. "Vio una cosa pero creyó en otra. Vio al hombre y las cicatrices, y de ahí creyó en la divinidad del Resucitado". [10] Por eso, aunque no forme parte del Misal, se suele escuchar la misma jaculatoria de Tomás en la Santa Misa, luego de la consagración, en la boca abusiva pero desbordante de algún fiel que ve elevarse la hostia en manos del sacerdote: "¡Señor mío y Dios mío!".     
 
 
Mauricio Shara    
 


 
[1] Esto es paz, prosperidad, salud, bienestar en la tradición hebrea y es la paz como don escatológico de parte de Jesús, la paz que sólo Dios puede dar y que es mucho más que ausencia de guerras, violencias y conflictos. Ver Juan 14,27. Casi con seguridad, por la persecución sufrida por la comunidad cristiana que está traditando el Evangelio joánico.
[2] Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, II-II, q.1
[3] No es menester de este pequeño trabajo incursionar en la cuestión eidética de la visión cristofánica como memoria esencial histórica de las promesas mesiánicas israelitas aplicadas a Jesucristo por la des-velación esencial de una cosa que se percibe (re-velación) porque sin re-velación no habría aplicación, pero lo hacemos notar en atención a una mirada aportada por la exégesis científica: la visión de Cristo resucitado por parte de los primeros cristianos atraviesa los Evangelios de principio a fin en su composición.
[4] Decimos esto sabiendo que, además, Juan rebaja a propósito la figura del apóstol Tomás debido a la tergiversación espiritualista de su figura propuesta por los gnósticos, que lo habían elevado por encima de todos los apóstoles.
[5] Santo Tomás de Aquino, II-II, q.1
[6] Ibíd.
[7] Juan no presenta llagas en los pies de Jesús, como si hace Lucas (24, 39-40). Para Juan la llaga importante es la del costado, de la que brota la Iglesia, según el pensamiento de muchos Padres, y para Juan es signo del sacrificio de Jesús como cordero pascual inmolado, es atravesado como se hacía con los animales sacrificados por el sacerdote (Juan 19,34).
[8] Por eso, luego dice: "Porque me has visto has creído..." (Juan 20,29) y no menciona ningún "toque".
[9] San Gregorio, Sobre los Evangelios, homilía 26, en Catena Aurea: "Pero como diga el Apóstol que la fe es la sustancia de cosas que se esperan (He 11,1), pero que no se ven evidentemente, se deduce que, en las que están a la vista, no cabe fe, sino conocimiento. Si, pues, Tomás vio y tocó, ¿por qué se le dice "Porque me viste, creíste"? Pero una cosa vio y otra creyó; vio al hombre, y confesó a Dios."
[10] Santo Tomás de Aquino, Sobre el Evangelio según san Juan Cap. XX lección VI.

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